UN PAPA ROMPEDOR

Es sorprendente el lenguaje tan directo, tan popular, tan adaptado a los oyentes, del discurso de papa Francisco a los Movimientos Populares del 9 de julio de 2015. No creo que haya algún documento pontificio donde podamos leer palabras de un papa que animen a participar en la “lucha” por derechos tan sagrados como el de tener Tierra, Techo y Trabajo, “Vale la pena. Vale la pena luchar por ellos”, les dice el papa Francisco a los militantes que participan en este encuentro.

Tampoco creo que alguna vez un papa haya animado a sus oyentes a que “sigan con su lucha” para que ninguna familia (haya) sin vivienda, ningún campesino sin tierra, ningún trabajador sin derechos, ningún pueblo sin soberanía, ninguna persona sin dignidad, ningún niño sin infancia, ningún joven sin posibilidades, ningún anciano sin una venerable vejez.

No creo que ningún papa haya pedido que por favor se cuide a la “Madre Tierra”, “la casa común de todos nosotros que está siendo saqueada, devastada, vejada impunemente La cobardía en su defensa es un grave pecado.” Y mucho menos que haya pedido incorporar a la conciencia moral no solo el ser maltratador ecológico, sino incluso la pasividad en la defensa de las agresiones que sufre la casa donde habitamos todos. Es un paso muy importante que repercutirá en el bien de la Madre Tierra. Seguro que tendrá un efecto muy positivo si los cristianos llegan en sus exámenes de conciencia o revisión de vida a preguntarse también sobre sus comportamientos con la Madre Tierra. E igualmente si ya desde niños nos hacen saber que es “pecado”, que es algo que no debemos hacer, tirar un plástico en el parque, romper la caña de un árbol, maltratar a un animal…, o ser pasivos ante tales “maldades”. Ello, naturalmente, en una educación adecuada y armoniosa al compás de la edad.

El papa Francisco anima a los movimientos populares a no resignarse y luchar, oponiendo una “resistencia activa al sistema idolátrico que excluye, degrada y mata. Los movimientos populares le han hablado de sus causas y le han hecho parte de sus luchas, lo que él no sólo acepta, sino que se lo agradece. La opción del papa Francisco siempre ha estado clara y ha sido rotundo en la toma de posición a favor de los excluidos, explotados y oprimidos. El Pastor nos señala el camino marchando él al frente. El profeta nos marca claramente la senda por la que Dios quiere que marchemos, yendo él el primero. No sé cuántos serán los que le sigan, pues no es lo mismo ir tras alguien que nos invita a rezar que marchar tras quien nos invita a luchar.

Creo que ante este papa serán muchos los desorientados. Estarán pensado que el papa se está politizando, que ha tomado partido, que se está “metiendo en política”. La opción política no está en el nivel donde se sitúa el papa Francisco, el ético o moral, el de la defensa de los derechos humanos o de la Tierra. En esta dimensión, toda la gente de buena voluntad, la que se siente hermano o hermana de todos y de todo, aquellos cuya fuerza principal interior es el amor y no el egoísmo, necesariamente coincidirán en la valoración de las situaciones límite que vive la humanidad y de los problemas que tiene la Casa Común donde habitan. Seguro que todos llegaremos a la conclusión de que es necesario, sobre todo para algunos, que las cosas cambien, pero que cambien de verdad, realmente, estructuralmente, como pide el papa en este discurso. Hay mal que tiene su origen en la misma organización social, en el modo de funcionar las instituciones. Es el mal que engendra el mismo sistema, “sutil dictadura” “con efectos malignos”, como dice el papa. También se ha de estar de acuerdo con él cuando afirma que para producir cambios profundos y estables es necesario al mismo tiempo una conversión “de las actitudes y del corazón”, pues un buen sistema puede ser distorsionado por la corrupción de los sujetos que lo manejan.

Ya al principio de su alocución el papa se identifica con los problemas de los presentes y quiere unirse él también a su voz para pedir “tierra, techo y trabajo para todos nuestros hermanos y hermanas”. Al final de su discurso les anima a que “sigan con su lucha”, para conseguir un mundo mejor, que él mismo les describe como aquel donde no haya “campesinos amenazados, trabajadores excluidos, indígenas oprimidos, familias sin techo, migrantes perseguidos, jóvenes desocupados, niños explotados…” Así, de este modo tan realista, enumera el papa los problemas humanos más importantes de aquel mundo que está visitando y señala cuál es la causa más profunda que los produce: el actual sistema socioeconómico. Él lo ha visto y oído. Son las heridas de la humanidad doliente, nuestras heridas, que nos han de conmover a todos. Llegar a sentir estas emocionantes vivencias, identificándonos con el dolor de quienes sufren no son fin en sí mismas, sino que tienen que ser, junto al amor fraterno, la fuerza de nuestro compromiso para la transformación de la sociedad, con el fin de alcanzar esos “cambios que necesitamos y que queremos conseguir”, pues “este sistema no aguanta más, no lo aguantan los campesinos, no lo aguantan los trabajadores, no lo aguantan las comunidades, no lo aguantan  los Pueblos… Y tampoco lo aguanta la Tierra, la hermana Madre Tierra, como decía San Francisco”.

Sinceramente impresiona el lenguaje tan cercano y tan claro. Impresiona la firmeza de sus convicciones, tan cristianas. Impresiona lo certeros que son sus análisis sociales y la valiente y constante denuncia del sistema socioeconómico que nos domina. Es este un texto que tenemos que animar a todos a leer.  Si toda la gente que por principio escucha y sigue la doctrina de los pontífices es consecuente en el caso de este papa, Francisco será en el campo social un revulsivo de gran magnitud en la Iglesia. Ojalá fuera así.

José María Álvarez.